Aunque el final de Bethesda (o un nuevo comienzo, según se vea) está muy claro desde la compra de ZeniMax Media por parte de Microsoft allá por el 2020, todos sabemos que la industria del videojuego es compleja y puede llevar a los que transitan por ella a través de zonas pantanosas y traicioneras. Tal fue el caso de Bethesda, que en palabras de Bruce Nesmith, ex-desarrollador de la compañía, fue algo brutal, refiriéndose a la posibilidad de que el estudio tuviera un mal desenlace durante el desarrollo de The Elder Scrolls II: Daggerfall, allá por los años 90.
Nesmith, que ha protagonizado una entrevista en el medio MinnMax, ya nos ha demostrado que el final de Bethesda podría haber estado cerca en otros aspectos de no ser porque recibieron una dosis de humildad con el lanzamiento de Fallout 76o incluso reconociendo que Bethesda anunció de forma prematura el desarrollo de The Elder Scrolls VI. Toda una historia que nos demuestra que hasta las compañías más potentes pueden cometer errores y ser protagonistas de malas prácticas.
Sesiones de crunch maratonianas, una de las razones por las que no fue el final de Bethesda
The Elder Scrolls II: Daggerfall fue un proyecto muy ambicioso en su época, con cientos de ciudades y mazmorras por explorar, pero en su momento necesitó de muchos parches para funcionar correctamente y tuvo un equipo dedicado casi en exclusiva a revisar que todos estos parches hicieran funcionar el juego correctamente, algo que en aquellos años era tremendamente caro de mantener.
Bruce Nesmith afirma que fue la dedicación del equipo durante jornadas maratonianas, con el pensamiento de que el juego final iba a resultar absolutamente increíble, lo que ayudó a todos los desarrolladores a hacer lo imposible para conseguir que el lanzamiento fuera un éxito. The Elder Scrolls II: Daggerfall, lejos de ser el final de Bethesda, se convirtió en un éxito que permitió que la compañía siguiera creando RPGs queridos y amados por todos.
No obstante, hoy día sabemos que las prácticas en los que los trabajadores sufren sesiones interminables de trabajo no son, ni deben ser, dignas de admiración, sino más bien un recordatorio que nos sirva para defender un ritmo de trabajo justo, que no sacrifique la salud de las personas y que permitan desarrollar entornos de trabajo seguros para todo el mundo.