Una aventura es una experiencia personal e intransferible, un héroe es un individuo capaz de sobreponerse a todas las dificultades y superar la adversidad con su capacidad de reacción, decisión y acción. Camino por Tamriel, me sumerjo en Rapture, me infiltro en las líneas enemigas del Tercer Reich, exploro el basto Yermo que ha sucumbido a una guerra nuclear o sobrevivo en el metro de Moscú, nadie me acompaña, salvo la voz de mis pensamientos que me hace estar al acecho de cualquier peligro, evoluciono, adquiero nuevas habilidades, obtengo recursos, soy otra persona, soy varias personas, tengo un objetivo, soy parte de una historia, escribo mi propia historia. Soy un jugador solitario.
Detenido en mi camino, miro alrededor, observo, analizo y busco por donde proseguir mi marcha. Medito mis acciones, comprendo el argumento, razono en busca de respuestas, indago en la pausada y silenciosa calma de mi solitaria andadura por aquel mundo que se expone ante mi. Soy una carga para otros, son una carga para mi, una experiencia virtual, una decisión real. A lo largo del camino converso con un personaje que cuenta con personalidad propia, con carisma, que tiene un comportamiento concreto, me ordena, me obedece, es un ente predefinido, es una pieza elaborada de un puzzle muy complicado que forma parte de una aventura creada para ser disfrutada de un modo particular.
Hay orgullo en sus argumentos, hay honor en sus acciones, héroe o villano, cualquiera puede convertirse en el personaje que quiera ser. Amplitud de opciones, desarrollo de virtudes y consecuencias irreversibles para los errores, “no pidas una vida más fácil, pide ser una persona más fuerte”. Las experiencias propuestas cada vez son más complejas, cada vez son más inmersivas, las historias que se están desarrollando en los últimos años han ahondado en esta experiencia personal y han conseguido trasladarnos a nuevos mundos, nos han instado a tomar nuevas decisiones con más importancia en sus consecuencias, incluso, han permitido nuevas opciones que permiten compartir y cooperar.
A la gente le gusta inventarse monstruos y monstruosidades. Entonces se parecen menos monstruosos a sí mismos.
El afán de la compañía me perturba, no comprendo su necesidad, no veo una obligación, diferentes mundos abren sus puertas para que sean explorados, para investigar sus secretos para conocer personajes que gozan de carisma y personalidad, que necesitan de mi ayuda, que me temen, que me retan, que me pueden ejecutar, que podrían sucumbir a mi poder. En ocasiones me he enfrentado a alguien que se hace pasar por alguno de esos caracteres, pero no veo alma en él, sino un afán destructivo sin sentido que diluye la esencia de la experiencia, es otro jugador, que hará todo lo necesario para derrotarme sin mediar palabra, sin justificarse, sin piedad y sin lealtad a la experiencia.
La llegada de algo que se hacía llamar multijugador fue algo revolucionario, había que probar, expandir los límites, había que promover la impetuosa necesidad de superación de cada uno, ver hasta donde alcanzaba la habilidad y el poder de cada persona y, aunque nunca me lo he creído, demostrar la valía en combates más o menos directos. Pero la virtud y la honra pronto se dejaron como algo prescindible, la experiencia no era gratificante, no era una lucha justa en la mayoría de ocasiones y no me provocaba satisfacción alguna someterlo, menos, verme sometido sin opción de demostrar realmente mi valía.
Demasiadas contraindicaciones, toda esa experiencia excitante que nos hace partícipes un determinado universo queda deslucida por el afán de victoria. Todo pasa a ser algo oscuro, no hay profundidad, no hay motivo que justifique estar aquí, cual gladiador en una arena, sabiendo que nos enfrentaremos a luchadores salvajes sin compasión ni honor que defender en condiciones más o menos desfavorables, nadie puede salir indemne, nadie puede luchar contra el poder de los dioses que nos someterán a su implacable lag, a conductas mecánicas ventajosas o a un despiadado poder que les confiere ventajas de cuestionable origen. Los esfuerzos por equilibrar esta experiencia, impulsados por el poder de la magia del Matchmaking, no resulta efectivo, la necesidad de verme sometido a la imposibilidad de superar a un rival en un sinsentido no me congratula, no me demuestra mi valía, no tiene sentido.
Pero he compartido en ocasiones un viaje con otras personas que quieren enriquecerse con una experiencia, que quieren ser parte de una historia, que quieren vivir e interactuar en los mundos y aventuras que nos proponen, la cooperación es posible, pero no es tan fácil de conseguir. Pocos son los que comprenden la esencia de estos viajes, pocos comprenden que la hermandad es algo difícil de obtener cuando se da prioridad al heroicismo. Más vale asegurarse de que en un grupo no hay piezas que no encajen, luchar codo con codo no es posible si no hay un hermanamiento y comprensión del conjunto, no hay cabida para héroes solitarios. Hacer frente a hordas de enemigos en el confín del espacio bajo la bandera de la Alianza de Sistemas, explorar y sobrevivir a Pandora, introducirse en las batallas contra el Covenant, siempre es posible ser parte de un conjunto, mientras el conjunto esté unido.
Existen muchas maneras de vivir experiencias diferentes, existen géneros diversos en cualquier ámbito, pero generalmente la experiencia combinada no varía demasiado en muchos de ellos se juegue solo o acompañado. Ahora bien, cuando se propone una aventura que tiene algo que contar, la prioridad de dar cobertura al afán destructivo de algunos ha devaluado muchas de ellas por dar prioridad a aspectos que deberían ser complementarios. Hoy día no parece muy complicado introducirse en la piel de un personaje y sentir todas esas posibilidades que antaño eran populares, pero hay una amenaza que casi extingue esta opción, destruyendo muchos sueños de ser parte de una historia por obviar esta opción. No tiene sentido ya mirar al cielo con la esperanza de poder combatir en una galaxia muy lejana cuando han asegurado que no habrá una historia que vivir, no habrá una campaña que completar. Una tarea menos, un sueño que se ha diluido en el afán competitivo de los héroes sin honra que pretenden ensalzar sus nombres a cualquier precio. Mi lugar no está ahí, no tengo nada que buscar en ese yermo estéril de experiencias.
Si tu vida fuese el premio ¿matarías a los inocentes? ¿sacrificarías tu humanidad? Todos tomamos elecciones, pero al final, las elecciones son las que nos hacen a nosotros
¿Cómo es posible que se haya cometido semejante error? Lo que parecía un murmullo en los últimos años, esas aventuras que no gozan del prestigio ni el seguimiento que las hordas de inhumanos luchadores de la arena gritan a los cuatro vientos día y noche en batallas incesantes que no llevan a nada, se están consagrando con el valor del tiempo, el recuerdo de la experiencia de ser parte de una historia les lleva al olimpo de los videojuegos. Vivencias extensas, complejas y profundas, son estas las experiencias que quedan alojadas en el corazón y la memoria mientras las batallas se olvidan, se sustituyen como piezas mecánicas de una prótesis cardíaca, bombeando sangre sin sentir absolutamente nada. Nadie recuerda a los guerreros de aquella batalla salvaje sin sentido, pero todos recuerdan la conversación con Andrew Ryan donde nos conmocionó asegurando que “los hombres eligen, los esclavos obedecen”. Prefiero elegir mi camino a que me obliguen a matar rivales sin motivo.
No hay nada en este universo que sea más gratificante que meterse en la piel de otro personaje y conocer su historia, interactuar con otros personajes que tengan un pasado que haya forjado su personalidad, sean parte de un grupo o sean parte de un mundo creado para dar cabida a grandes experiencias que tengan un significado. Dar un motivo a una experiencia es algo gratificante, es algo de lo que se pueden aprender valores como la amistad, el compromiso, la disciplina, que luego hay rumores lejanos que implican conductas violentas asociadas a esta experiencia, aunque creo que no está implícito en ella, no al menos, cuando se vive una aventura en vez de enfrentarse sin motivo en un campo de batalla o recinto hermético. En el fondo, una experiencia limitada a un campo de batalla es algo que no lleva a ningún lado, no hay voluntad ni meta que alcanzar, haciéndome recordar que “un hombre fuerte no necesita saber su futuro, crea el suyo propio”. Resulta complicado si una vez concluye la batalla vuelve a empezar en un ciclo sin fin y sin consecuencias.
Dudo que exponerse a la muerte de soldados sin corazón, y en ocasiones sin honra, en los campos de batalla de la Europa ocupada pueda compararse con sobrevivir en las alturas del Himalaya, rodeado de depredadores y soldados que oprimen a un pueblo humilde a las órdenes de un tirano. Entrar en batallas sin sentido contra héroes anónimos que priorizan la victoria por cualquier medio ante la posibilidad de ser un héroe verdadero, aquel que comprende el significado de ser un héroe, la responsabilidad que conlleva, convierte a cualquier máquina de matar en un simple mortal. Quien a hierro mata, a hierro muere, lo que queda tras su muerte es lo que representa su vida. Mientras nadie olvida al Comandante Shepard, nadie recuerda a ese gamertag que se desplaza fuera de los límites de la percepción para eliminar a otro. El orgullo de verse como Geralt de Rivia no es comparable al de un anónimo soldado hecho para morir y matar sin meta alguna.
En esta experiencia todo tiene cabida, cualquier cosa vale para disfrutar, salvo lo que signifique la frustración del rival si no se es leal a la experiencia. El problema es que siempre que hay un objetivo, las artes de combate son más nobles que cuando lo único que nos proponemos es matar y liderar una lista de nombres que no vamos a recordar, porque distan de ser compañeros. Son esos compañeros los que recordaremos cuando son parte de una aventura en la que el sufrimiento conjunto tenga la recompensa de una vivencia gratificante, ya que nadie puede olvidarse de Elizabeth, nadie puede obviar la compañía de Sera o de Garrus, incluso, hemos dejado escapar una lágrima con la muerte de Dominic Santiago o nos ha emocionado la inocencia de Clementine o nos hemos conmocionado viajando en el tiempo con Max Caulfield.
La muerte de un hombre es una tragedia, la muerte de muchos es estadística
Esta aventura sólo tiene sentido cuando nos preocupa la integridad de nuestros acompañantes, sean caracteres de un universo o compañeros con las que compartimos esta aventura. No podemos negar que en ocasiones, ese compañero es más que una programación, es una persona amiga, un compañero real, pero difícilmente esa experiencia puede expandirse en todo momento, descubriéndose así una dependencia que no resulta tan agradable. En el fondo, esto me hace recordar lo que una vez alguien argumentaba que “La lealtad y la fidelidad son lo que diferencian a un soldado de un hombre con un rifle”. Sentirse un lastre, ser un obstáculo, que se conviertan en un problema, no es sencillo, aunque puede resultar muy intenso si la compenetración es absoluta. Puede haber futuro en esta experiencia, pero parece inmadura ante el afán destructivo de las masas.
Pese a todo, sí que puedo recordar porqué lucho cuando tengo un motivo, si puedo comprender que liberar un mundo no es una simple batalla en la arena, es tener que enfrentarse a un dios, a un tirano, a una amenaza global. No es lo mismo conocer un objetivo para el que te preparas que ejecutar a sangre fría a alguien que se interpone en nuestro camino. Bastardos sin nombre que solo son pequeños obstáculos no son comparables a la tenacidad del líder que les ampara, no es lo mismo un soldado Locust que Raam, no es lo mismo un despistado mercenario que Vaas Montenegro. “Cuanto más grande es el enemigo, más fabulosos son de matar”. No suele importar la ejecución salvaje de un enemigo anónimo, buscamos enfrentarnos a auténticos villanos, nuestra capacidad de superación sólo se verá recompensada si liberamos un pueblo, si evitamos la destrucción del mundo, o lo que es igual, si luchamos por el bien de algo más que nosotros mismos.
Puede que mi persona sea problemática, no soy popular ni busco aduladores, existe egoísmo e hipocresía con una tendencia a la traición, un único fin de lucro personal. No recuerdo nombres, no tengo rostros que traer a la memoria, paso inadvertido de forma anónima, otorgando un trato de igualdad para con quienes no quiero relacionarme. No hay nada que importe, todo es pasajero, nada es para siempre, pero si algo me hace sentirme vivo son esos pequeños momentos, esas pequeñas experiencias que me hacen atisbar sentimientos que me hagan sentir que todavía puedo ser humano. No busco renombre o fama, convertido en un héroe anónimo, solo soy un jugador solitario.