Todo el mundo tiene su opinión sobre cuál fue para ellos la edad de oro de los videojuegos. Para algunos —probablemente los lectores más mayores— esta pasará por plataformas más clásicas como la SNES, la Xbox original o incluso la PSX, donde abundaban los títulos de plataformeo para toda la familia y vieron la luz algunas sagas verdaderamente míticas a día de hoy.
Las razones para mirar atrás con buenos recuerdos son numerosas, aunque a veces podemos errar de nostálgicos, olvidando que tras probar miles de títulos diferentes —y de que la adultez nos haya hecho perder lentamente la ilusión por la vida— difícilmente un juego nos marcará tanto como aquellos que probamos hace 20 años. Aun con todo, es innegable que una buena parte de la industria ha cambiado sustancialmente en sus prioridades y su enfoque en el diseño de videojuegos.
Los juegos más clásicos tenían un solo enfoque bastante claro: crear títulos divertidos que proporcionasen la mejor experiencia posible a aquel que decidiese sumergirse en ellos. Habrían resultado absolutamente inimaginables ideas tan arraigadas a día de hoy en la industria, como añadir pequeños contenidos descargables de pago con los que ampliar el margen de beneficios de cada título—ahora normalizados y adoptados en nuestro vocabulario habitual como microtransacciones—, los juegos como servicio o el “engagement”, constructos estudiados al milímetro con el mero objetivo de apurar al máximo posible el dinero que las empresas obtienen de cada jugador, y que inevitablemente tienen un impacto en el diseño del título. Un mejunje de decisiones empresariales que podríamos resumir en que simplemente no tienen como objetivo proporcionar la mejor experiencia al jugador, si no idear cómo obtener grandes cantidades de dinero.
Por supuesto, esto no significa que este enfoque no proporcione ventajas potenciales a los usuarios, ni mucho menos. Desarrollar videojuegos es un proceso muy arriesgado y costoso, tanto a nivel económico como de carga laboral, por lo que es razonable que las empresas hayan estudiado los métodos con los que poder hacer viables estos desarrollos cada día más millonarios.
Todo esto a su vez ha proporcionado ventajas a los jugadores, gracias al nacimiento de juegos “gratuitos” (free to play) como Fortnite, Genshin Impact o League of Legends. Es clara la ventaja que la existencia de títulos de este tipo supone para muchos jugadores, especialmente aquellos con poco dinero disponible para invertir en la industria. No obstante, no me cabe duda de que a estas alturas todos tenemos claro que decisiones de este tipo surgen, una vez más, como una estrategia para obtener más dinero del que se obtendría mediante un título al uso.
A pesar de lo comentado, vuelvo a aclarar, esto no tiene por qué ser algo malo, simplemente un sector de la industria ha virado hacia modelos de negocio diferentes, basados en el soporte a largo plazo de un mismo título y los cuales han proporcionado alegrías a un número masivo de jugadores que disfrutan de este tipo de contenido.
Sin embargo, también es razonable que otro sector de jugadores se lleve la impresión, al mirar a gigantes como Call of Duty o Fortnite, de que los videojuegos modernos han cambiado sus prioridades. ¿Es esto cierto? Realmente, más que cambiar simplemente han surgido nuevas prioridades entre las que elegir a la hora de diseñar un título. Muchas empresas, de las cuales seguro que a todos nos viene a la cabeza más de uno o dos nombres, han seguido este camino del que hablamos, pero tan solo hay que darse una vuelta por los títulos nominados a los The Game Awards de este mismo año para poder ver cómo, para muchos desarrolladores, sus objetivos siguen siendo los mismos de antaño.
Miremos a Double Fine, por ejemplo. El estudio dirigido por Tim Schafer ha lanzado en pleno 2021 una increíble secuela para un clásico de plataformas que llegó a la Xbox original y vendió pobremente, movidos únicamente por el interés del público y de ellos mismos hacia la creación de la misma, y que les ha llevado a superar al título original en todos los aspectos. Ningún DLC, ninguna microtransacción, simple y llanamente un excelente juego de plataformas con una cuidada narrativa. Y no es un caso aislado en absoluto, el propio ganador del GOTY de este año se trata de It Takes Two, otro excelente título carente de microtransacciones o componentes similares, y que derrocha originalidad y calidad por los cuatro costados.
¿A dónde quiero llegar con todo esto? En resumen, se puede entender a la perfección que un sector de jugadores eche un ojo al panorama actual de la industria, y tras toparse con anuncios de títulos cargados de micropagos, lootboxes, contenido que parece repetido entre sí, o, por dios, ahora también a presidentes de compañías hablando de NFTs a diestro y siniestro, decidan apretar su cartera contra el bolsillo, borrar su cuenta de Paypal y afirmar que esta industria ha perdido su rumbo, pero nada más lejos de la realidad. Es más, no me cabe duda de que actualmente nos encontramos en la edad de oro de los videojuegos.
Hay algo importante a tener en cuenta, y es que nunca se han desarrollado tantísimos juegos como hoy en día. Sí, algunos de los que más ruido hacen quizás no entran en los gustos de los jugadores más clásicos, pero incluso teniendo en cuenta esas restricciones, nunca ha habido tanto entre lo que elegir en el plato. El desarrollo de juegos AAA nunca ha sido tan poco accesible, con presupuestos millonarios y necesidad de centenas y centenas de desarrolladores, pero por su lado, el desarrollo de títulos de bajo y mediano presupuesto está en el punto más accesible de su historia, habiendo convertido esta industria en una mucho más abarcable que otras como el cine.
La proliferación de los títulos indies, con a penas un par de personas como desarrolladores, nos ha traído un auténtico boom en títulos antiguamente nicho como los metroidvania, extendiéndose a un público que nos habría parecido inimaginable antes del surgimiento de títulos como Hollow Knight, Guacamelee o Blasphemous.
Otro género que ha vuelto a la vida en los últimos años es el de las plataformas en 3D. El género inaugurado por Mario 64, Spyro o Crash Bandicoot había caído en decadencia alrededor de la época de la séptima generación de consolas (Xbox 360, Ps3), donde parecía que solo había cabida para los shooters. A día de hoy, de nuevo, tan solo hay que echar la vista a este mismo año, en el que hemos podido disfrutar de dos increíbles títulos de plataformas de alto presupuesto con It Takes Two y Psychonauts 2, cada uno de ellos además ofreciendo una interpretación muy diferente y original del género y ganando premios a Juego del Año.
La extraordinaria salud de la que goza la industria de los videojuegos se extiende además por todas las plataformas posibles. Sea cual sea vuestra plataforma de preferencia, nunca hemos podido disfrutar de tantos títulos de tan alta calidad juegues donde juegues. Más títulos son multiplataforma que nunca, incluso Sony ha empezado a lanzar exclusivos como God of War en PC, algo que habría sido impensable hace a penas unos años, y cada una de las grandes empresas de videojuegos ha encontrado su propio espacio en el mercado.
Por su parte, PC goza de la mayor cantidad de títulos que ha tenido jamás. La amplia mayoría de títulos AAA, tanto occidentales como orientales, llegan a Steam o la Epic Games Store con ports de calidad —algo que no era tan común un par de generaciones atrás—, mientras que servicios como Prime Gaming o la propia tienda de Epic Games regalan nuevos juegos continuamente.
Sony por su parte continúa haciendo lo que ha hecho siempre, y lo que mejor se le da, basándose en dotar a su plataforma de grandes títulos blockbuster exclusivos de alto presupuesto, solo que la inversión en los mismos y la creación de nuevas IP no ha hecho más que aumentar en los últimos años. Además, apuestas como las innovaciones traídas por el Dualsense, con gatillos adaptativos y vibración háptica, han buscado avanzar la inmersión en la industria hacia algo más que mejores gráficos, algo ante lo que el propio Phil Spencer se mostró maravillado —y que esperamos ver adaptado en las próximas versiones del mando de Xbox—.
Y cómo olvidar a Nintendo. Tras la decepción que la Wii U supuso para todos los fans, probablemente no éramos muchos los que habríamos esperado encontrarnos con la que es discutiblemente la mejor consola creada por la compañía nipona, con un concepto francamente atractivo: no es una portátil como la Nintendo 3DS ni una consola de sobremesa como la Wii, si no que nos encontramos con un híbrido. Probablemente también ayuda el hecho de que sea la mejor portátil —si la empleamos como tal— creada hasta la fecha, y de haber contado con un catálogo arrollador, trayéndonos auténticos clásicos modernos como Zelda Breath of the Wild.
Como ya es costumbre en las consolas de Nintendo, esta no destaca por su potencia frente a las consolas de sobremesa puras —ni sería justo esperar que lo hiciera— pero al igual que he comentado con Sony, Nintendo ha triunfado en ventas en los últimos años haciendo lo que mejor sabe hacer como empresa, lejos de intentar seguir la estela dejada por otros, y nunca ha habido un mejor momento para disfrutar de sus consolas.
Y por supuesto, hablemos de Xbox, la cual dejo para el final para poder extenderme todo lo necesario. Creo que no hay una mejor forma de definir su situación actual que una conversación que tuve el mes pasado con nuestro compañero Jony, que lleva el canal de Twitch de la web, en un directo que hicimos para resumir el año de Xbox. Los dos comentamos casi al unísono que es la mejor época que podemos recordar desde los primeros años de Xbox 360, hace unos 15 o 16 años.
Un catálogo enorme, un catálogo de exclusivos bastante variado y, lo que es más importante, la promesa de muchos más juegos por llegar, como Starfield. Y de forma general, una sensación continua de que las cosas se están haciendo bien. Y respecto a esto último, también coincidimos Jony y yo en que, si bien no tenemos por costumbre mirar con buenos ojos a lo que dicen los directivos de las compañías, es difícil escuchar hablar a Phil Spencer y no sentir, y perdonad que me repita, que se están haciendo las cosas bien.
Lo más destacable, por supuesto, es el Game Pass, que ejemplificando claramente el enfoque actual de Xbox ahora posee dos nombres diferentes: Xbox Game Pass y PC Game Pass, en función de la plataforma empleada. La gran apuesta de Phil Spencer ha llevado a que Xbox encuentre su sitio más personal e identificativo en el mercado, extendiéndose además a ordenadores. No importa el lugar, no importa si no tienes siquiera consola o PC, el enfoque está en el servicio y los juegos. Otras compañías han querido ofrecer servicios similares, pero ninguna ha apostado al nivel que Microsoft lo ha hecho, trayendo todos sus títulos first party desde el día de salida sin coste adicional, e incorporando una cantidad verdaderamente masiva de juegos de terceros al mismo. Algunos, incluso, llegando también desde el día de su lanzamiento.
Por menos de la mitad de lo que cuesta un título AAA de salida —y muchísimo menos si nos aprovechamos de ofertas— podemos contar a día de hoy con miles de juegos durante meses, además de todas las novedades de parte de Xbox Game Studios. Una oferta que, francamente, es difícil no encontrar atractiva, y que permitiendo probar títulos que pueden ser más nicho sin pagar específicamente por ellos y añadiendo iniciativas como xCloud, que elimina la necesidad de disponer de un hardware dedicado, otorgan una accesibilidad sin precedentes dentro del ecosistema Xbox. Todo lo anterior lleva a concluir que, sin lugar a dudas, este es el mejor momento para ser un usuario de Xbox.
Y lo mejor de todo es que las propuestas de las grandes plataformas de videojuegos son tan diferentes entre sí que los más entusiastas podemos encontrar un claro valor en disponer de varias de ellas, pudiendo disfrutar, por ejemplo, del excelente valor que Xbox proporciona con Game Pass a la vez que, los que disfrutamos de jugar en la cama, gozamos de la que es la mejor portátil de la historia con Nintendo Switch —a falta de probar Steam Deck—. Ya seamos fans de una plataforma o de otra, agnósticos en lo que a consolas se refiere, jugadores comprometidos con centenas de euros que gastar en la industria o un público más casual buscando invertir lo mínimo, nunca ha habido un mejor momento para disfrutar con los videojuegos.
Jamás ha habido tanto entre lo que elegir, y si bien echamos de menos algunas sagas clásicas como Metal Gear Solid o Silent Hill, yo tan solo me pregunto de dónde voy a sacar el tiempo para probar todos estos increíbles juegos que siguen llegando a un ritmo mayor del que puedo jugar.